
Cr. Martín Schneider (*).
Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que el mundo ya no es el mismo después de la pandemia. El aislamiento a nivel global condujo inexorablemente a la digitalización forzada de todas las rutinas cotidianas de la población mundial, pudiendo observar cómo se ha reducido notablemente la “brecha” digital entre las personas, provocando -por ejemplo- que operaciones como pagos y compras online hayan sido necesariamente impuestas por la nueva normalidad, incluso para aquellos quienes más resistían su implementación.
Desde el análisis de la dimensión económica del contexto reciente, y como agravante de los daños provocados por el COVID-19, el conflicto bélico entre países centrales como Rusia (productor central de energía para el mercado europeo) y Ucrania (importante productor de alimentos a nivel global) ha provocado el incremento consecuente de los precios en commodities y energía, dos factores que repercuten directamente en el aumento de costos de producción provocando la desaceleración de los mercados globales. Como referencia empírica puede mencionarse que, los tres principales índices bursátiles (Dow Jones, S&P 500 y NASDAQ) registran pérdidas mayores al 20% desde sus máximos. Incluso y como prueba de ello, el Banco Mundial en su último informe sobre perspectivas económicas mundiales (“Global Economic Prospects”, The World Bank Group, June 2022) advierte sobre un período prolongado con escaso crecimiento y elevada inflación (lo que se conoce como estanflación), sin una solución concreta a la vista.
En este marco, las criptomonedas podrían representar un cambio paradigmático para el sistema monetario tradicional, proponiendo un sistema de pagos digitales sin intermediarios, rápido, seguro, transparente y de muy bajo costo transaccional. Como dato relevante de la principal criptomoneda –el bitcoin–, su adopción y capitalización de mercado crece sostenidamente en todo el mundo desde hace más de una década, contando en la actualidad con más de cien millones de usuarios activos, manifestándose como una poderosa herramienta de inclusión financiera, siendo su prueba categórica la reciente declaratoria por parte de algunos países como moneda de curso legal. Sumado a ello, es dable señalar los numerosos informes de reconocidas y diversas organizaciones que destacan a la industria blockchain entre las pocas que continúan generando empleo e inversión a pesar del contexto referido anteriormente.
Las criptomonedas podrían representar un cambio paradigmático para el sistema monetario tradicional
En efecto, Argentina se encuentra entre los diez países con mayor adopción de monedas digitales a nivel mundial, con casi tres millones de usuarios activos y un volumen de operaciones que supera los cincuenta mil millones de dólares anuales. Estas estadísticas podrían atribuirse a la posibilidad que las criptomonedas brindarían a los argentinos, de constituir una herramienta de protección frente a la devaluación de su moneda local, la inflación y las restricciones cambiarias dispuestas. En igual sentido, la exportación de servicios por parte de profesionales independientes (la denominada “Economía del conocimiento”) ha crecido de manera exponencial durante los últimos años, ubicándose –según estimaciones no oficiales– como el tercer sector generador de divisas detrás del automotriz y el agro.
Tampoco debe desconocerse que nuestro país no cuenta con legislación específica al respecto, no obstante algunos organismos tanto nacionales -UIF, AFIP, CNV, BCRA- como administraciones provinciales -Córdoba, Entre Ríos y Misiones, entre otras- han pronunciado normativas y comunicaciones vinculadas al ecosistema que representa esta nueva economía digital.
Asimismo, cualquier iniciativa sobre regulación de criptomonedas requerirá inexorablemente ser conscientes de lo complejo que resulta abarcar todos los aspectos de una tecnología que ha revolucionado la manera de intercambiar valor como así también comprender los fundamentos de sus diferencias en relación a otros activos o monedas.
Frente a todo lo descripto, puede advertirse que cualquier tipo de regulación del sector, si bien debe direccionarse a proteger los actores involucrados, no debería limitar el desarrollo de una industria innovadora que ha demostrado favorecer la inclusión financiera de las personas; sin dejar de considerar que nuestro país reúne numerosas condiciones que le permitirían liderar el mercado a nivel global, fundamentalmente por la diversidad de empresas, proyectos y profesionales de primer nivel que ya se han convertido en referencia a nivel internacional en el ámbito de las finanzas descentralizadas.
